PROLOGO
Todos tenemos un deseo.
Un anhelo, un secreto, y pocos somos capaces de confesarlo sin tener miedo de que nos llamen locos, ni siquiera a nuestros mas íntimos amigos le confiaríamos este deseo.
Tal vez hemos perdido con el paso del tiempo esa magia, ese encanto del que son capaces solo los niños y que el hombre adulto ha decidido dejar atrás: la inocencia, la ingenuidad, y el poder de asombro que tan felices nos hacia cuando niños.
Ya a cierta edad, no nos asombramos al ver salir una mariposa de su capullo, y con aires de grandeza explicamos a los niños la razón “científica” por la cual suceden las cosas, quitando a ese momento todo vestigio de milagro, queriendo demostrarnos a nosotros mismos que tan superados estamos, cuando en realidad solo hemos perdido la esencia de ser quienes realmente somos.
Soñé con volar.
Sueño con volar…
Resumo aquí, la idea de este libro, llegar a encontrar el niño que llevamos dentro, identificarlo sin más razón que demostrar que siempre seremos lo que siempre fuimos.
Podemos llegar a olvidar nuestra identidad, pero nunca negarla.
El mismo sueño que un día me hizo crecer, es el mismo que me rescato cuando creí que había perdido la esperanza.
Espero poder volar, con las limitaciones que la física siempre ha sabido imponernos, y espero que puedan hacerlo junto a mí.
Nota del autor: recomiendo enfáticamente que al leer esta obra, tengan un niño a su lado, será así más fácil su correcta interpretación.
Era lunes. Temprano.
No recuerdo, o tal vez no quiera hacerlo, mi edad, tratare de no precisar fechas, de eso se trata este libro, quien lee podrá situar esta historia según su conveniencia, o mejor aun, según su imaginación.
Los días pasaban en forma similar, el desayuno, la escuela, los juegos después de la merienda, y después de la cena temprano a la cama, pero no por repetitivos mis días debían ser monótonos.
Cada despertar era una nueva aventura, vestirme y correr a lavarme los dientes era una aventura de pocos minutos con la que empezaba a entretenerme, recuerdo un gran agujero junto a la puerta del baño de mi casa, mi primera historia fue alrededor de este misterioso lugar, alguna vez creí ver asomarse una especie de monstruo de esos con los que nuestros padres tenían algo así como un pacto –hasta el día de hoy mis padres niegan todo conocimiento de esto-, que solo aparecían cuando dejábamos nuestros platos llenos de comida.
Nunca mas lo volví a ver, no se si por devorar todo aquello que me servían, o porque al cabo de unos meses mis padres resolvieron arreglar aquella pared.
Fue el primer amigo que perdí, tal vez el no lo sepa, pero aun lo busco en los baños de otros amigos, bares e incluso bancos y lugares públicos, si algún lector (especialmente algún niño) llegase a verlo, le suplico le envíe mis saludos.
Transcurrieron los años entre las amistades escolares, de esas que dejan a uno amigos para toda la vida, y rivales para un buen tiempo de la niñez y parte de la adolescencia, y claro esta, el calor de la familia.
Mi primer deseo
No recuerdo -por motivos que tampoco recuerdo-, mi primer deseo de niño, tal vez por no cumplirse el tiempo quiso borrarlo para evitar la angustia, en cambio si puedo contarles la siguiente historia, que se asemeja bastante (si no lo es) al primer deseo que nunca tuve.
Una mañana, cuando me disponía a asistir a clases, al despedirme bajo la atenta y a veces incisiva mirada de mi madre, corrí como un desaforado por las calles del barrio hasta perderla de vista.
Entonces, cuando los grandes ojos de mamá no estaban sobre mi, me entregaba por completo al fascinante mundo que había entre la escuela y mi casa, cada esquina era un mundo distinto con cientos de cosas por descubrir, si así lo permitían los perros y las vecinas que barrían las veredas.
Cada calle a cruzar era un desafío del que solo los mas valientes eran capaces, los colectivos eran grandes centinelas que gruñían furiosos a su paso, convenía no molestarlos, porque decían las malas lenguas, que a los que allí entraban, jamás los volvían a ver, o peor aun eran escupidos por estas abominables bestias, en distintos puntos del universo.
En algún momento de mi travesía, note entre unas cajas amontonadas, un perro, un viejo y herido perro que no hacia más que aullar tristemente, vaya a saber uno si por dolor, o por viejo.
Tan fuertes se oían sus quejidos que nadie se le acercaba.
Quizás por lastima, quizás por curiosidad procure acercarme a el y con manos temblorosas, procedí a retirar uno a uno los pedazos de cartón que lo recubrían, hasta descubrirlo por completo.
Note al quitar los restos de cartón, con cierta sorpresa, que no se trataba de un perro sino de un extraño animal con aspecto irritante, algo amenazante, pero con ojos que expresaban una profunda soledad y tristeza.
Conmovido, lo tome entre mis brazos, y al levantarlo emitió un sonido que interprete a mi manera como forma de agradecimiento, quedo entonces en el suelo formada la silueta, casi a la perfección del animal, que delataba el largo tiempo que allí paso.
Luego de llevarlo a un lugar seguro, de quitarle los restos de malezas, y cuando por fin retomaría mi camino a la escuela, escuche una ronca voz, que me llamaba; me di vuelta, mire a mí alrededor pero no encontré a nadie, mire con desconfianza al animal.
Reste importancia al hecho.
Camine varios pasos, y esa extraña voz volvió a llamarme, gire, mire alrededor y nada había cambiado, la calle desierta, el animal…...el animal.
Volvió a mirarme, esta vez como para decirme algo, y cuando me apresuraba a partir finalmente me dijo:
gracias, has aliviado mi dolor, ya no soy infeliz.
Quien o que eres? –replique casi automáticamente
He vagado por el mundo buscando almas nobles, puras, desinteresadas, he viajado por lugares remotos, por metrópolis y por lugares que jamás imaginarias, pero nadie ha notado mi presencia, o no quisieron notarla
Que haces aquí? -me apresure a preguntarle-
Ya te lo dije, busco almas nobles, y tu eres una de ellas, tendrás un deseo, solo uno por haber hecho algo por lo que no esperabas recompensa alguna, esa será mi bendición
Pero…
Recuerda, un alma noble tiene deseos nobles.
Sin más, se desintegro ante mis ojos, sin poder siquiera decirle cual era mi deseo.
Tal vez un viejo hubiese pedido salud, pero yo no la necesitaba, los niños somos muy saludables, un adulto, dinero, pero que haría un niño con dinero además de empacharse con dulces en el almacén de la esquina.
Era una decisión muy grande, una que me acompañaría por el resto de mis días, pero como todo niño no pensaba a futuro, vivía cada momento como si fuera el último, jugaba y corría como si jamás fuera a hacerlo nuevamente.
Hasta el día de hoy no pude decidir que desear.
Una simple razón me perturba todavía: se cumplirá realmente este deseo, acaso aquel día fue solo uno más, o tal vez alguien quiso engañarme.
Aun hoy tengo miedo, miedo de desear algo imposible, miedo de perder el único deseo que la vida me concedió, miedo a perderlo todo.
Alguna vez pensé en desear perder el miedo a desear, pero el solo pensar en lo que me ocurriría entonces me perturba aun mas que no desear.
Tal vez, sin desearlo, he deseado no desear jamás.
Llegar a adulto sin haber deseado sinceramente es, y en esto seré muy subjetivo, un pecado que no podemos permitirnos.
Fuente: Propia.
Tengo Algunos Capitulos más, si les guste los posteare.
Todos tenemos un deseo.
Un anhelo, un secreto, y pocos somos capaces de confesarlo sin tener miedo de que nos llamen locos, ni siquiera a nuestros mas íntimos amigos le confiaríamos este deseo.
Tal vez hemos perdido con el paso del tiempo esa magia, ese encanto del que son capaces solo los niños y que el hombre adulto ha decidido dejar atrás: la inocencia, la ingenuidad, y el poder de asombro que tan felices nos hacia cuando niños.
Ya a cierta edad, no nos asombramos al ver salir una mariposa de su capullo, y con aires de grandeza explicamos a los niños la razón “científica” por la cual suceden las cosas, quitando a ese momento todo vestigio de milagro, queriendo demostrarnos a nosotros mismos que tan superados estamos, cuando en realidad solo hemos perdido la esencia de ser quienes realmente somos.
Soñé con volar.
Sueño con volar…
Resumo aquí, la idea de este libro, llegar a encontrar el niño que llevamos dentro, identificarlo sin más razón que demostrar que siempre seremos lo que siempre fuimos.
Podemos llegar a olvidar nuestra identidad, pero nunca negarla.
El mismo sueño que un día me hizo crecer, es el mismo que me rescato cuando creí que había perdido la esperanza.
Espero poder volar, con las limitaciones que la física siempre ha sabido imponernos, y espero que puedan hacerlo junto a mí.
Nota del autor: recomiendo enfáticamente que al leer esta obra, tengan un niño a su lado, será así más fácil su correcta interpretación.
Era lunes. Temprano.
No recuerdo, o tal vez no quiera hacerlo, mi edad, tratare de no precisar fechas, de eso se trata este libro, quien lee podrá situar esta historia según su conveniencia, o mejor aun, según su imaginación.
Los días pasaban en forma similar, el desayuno, la escuela, los juegos después de la merienda, y después de la cena temprano a la cama, pero no por repetitivos mis días debían ser monótonos.
Cada despertar era una nueva aventura, vestirme y correr a lavarme los dientes era una aventura de pocos minutos con la que empezaba a entretenerme, recuerdo un gran agujero junto a la puerta del baño de mi casa, mi primera historia fue alrededor de este misterioso lugar, alguna vez creí ver asomarse una especie de monstruo de esos con los que nuestros padres tenían algo así como un pacto –hasta el día de hoy mis padres niegan todo conocimiento de esto-, que solo aparecían cuando dejábamos nuestros platos llenos de comida.
Nunca mas lo volví a ver, no se si por devorar todo aquello que me servían, o porque al cabo de unos meses mis padres resolvieron arreglar aquella pared.
Fue el primer amigo que perdí, tal vez el no lo sepa, pero aun lo busco en los baños de otros amigos, bares e incluso bancos y lugares públicos, si algún lector (especialmente algún niño) llegase a verlo, le suplico le envíe mis saludos.
Transcurrieron los años entre las amistades escolares, de esas que dejan a uno amigos para toda la vida, y rivales para un buen tiempo de la niñez y parte de la adolescencia, y claro esta, el calor de la familia.
Mi primer deseo
No recuerdo -por motivos que tampoco recuerdo-, mi primer deseo de niño, tal vez por no cumplirse el tiempo quiso borrarlo para evitar la angustia, en cambio si puedo contarles la siguiente historia, que se asemeja bastante (si no lo es) al primer deseo que nunca tuve.
Una mañana, cuando me disponía a asistir a clases, al despedirme bajo la atenta y a veces incisiva mirada de mi madre, corrí como un desaforado por las calles del barrio hasta perderla de vista.
Entonces, cuando los grandes ojos de mamá no estaban sobre mi, me entregaba por completo al fascinante mundo que había entre la escuela y mi casa, cada esquina era un mundo distinto con cientos de cosas por descubrir, si así lo permitían los perros y las vecinas que barrían las veredas.
Cada calle a cruzar era un desafío del que solo los mas valientes eran capaces, los colectivos eran grandes centinelas que gruñían furiosos a su paso, convenía no molestarlos, porque decían las malas lenguas, que a los que allí entraban, jamás los volvían a ver, o peor aun eran escupidos por estas abominables bestias, en distintos puntos del universo.
En algún momento de mi travesía, note entre unas cajas amontonadas, un perro, un viejo y herido perro que no hacia más que aullar tristemente, vaya a saber uno si por dolor, o por viejo.
Tan fuertes se oían sus quejidos que nadie se le acercaba.
Quizás por lastima, quizás por curiosidad procure acercarme a el y con manos temblorosas, procedí a retirar uno a uno los pedazos de cartón que lo recubrían, hasta descubrirlo por completo.
Note al quitar los restos de cartón, con cierta sorpresa, que no se trataba de un perro sino de un extraño animal con aspecto irritante, algo amenazante, pero con ojos que expresaban una profunda soledad y tristeza.
Conmovido, lo tome entre mis brazos, y al levantarlo emitió un sonido que interprete a mi manera como forma de agradecimiento, quedo entonces en el suelo formada la silueta, casi a la perfección del animal, que delataba el largo tiempo que allí paso.
Luego de llevarlo a un lugar seguro, de quitarle los restos de malezas, y cuando por fin retomaría mi camino a la escuela, escuche una ronca voz, que me llamaba; me di vuelta, mire a mí alrededor pero no encontré a nadie, mire con desconfianza al animal.
Reste importancia al hecho.
Camine varios pasos, y esa extraña voz volvió a llamarme, gire, mire alrededor y nada había cambiado, la calle desierta, el animal…...el animal.
Volvió a mirarme, esta vez como para decirme algo, y cuando me apresuraba a partir finalmente me dijo:
gracias, has aliviado mi dolor, ya no soy infeliz.
Quien o que eres? –replique casi automáticamente
He vagado por el mundo buscando almas nobles, puras, desinteresadas, he viajado por lugares remotos, por metrópolis y por lugares que jamás imaginarias, pero nadie ha notado mi presencia, o no quisieron notarla
Que haces aquí? -me apresure a preguntarle-
Ya te lo dije, busco almas nobles, y tu eres una de ellas, tendrás un deseo, solo uno por haber hecho algo por lo que no esperabas recompensa alguna, esa será mi bendición
Pero…
Recuerda, un alma noble tiene deseos nobles.
Sin más, se desintegro ante mis ojos, sin poder siquiera decirle cual era mi deseo.
Tal vez un viejo hubiese pedido salud, pero yo no la necesitaba, los niños somos muy saludables, un adulto, dinero, pero que haría un niño con dinero además de empacharse con dulces en el almacén de la esquina.
Era una decisión muy grande, una que me acompañaría por el resto de mis días, pero como todo niño no pensaba a futuro, vivía cada momento como si fuera el último, jugaba y corría como si jamás fuera a hacerlo nuevamente.
Hasta el día de hoy no pude decidir que desear.
Una simple razón me perturba todavía: se cumplirá realmente este deseo, acaso aquel día fue solo uno más, o tal vez alguien quiso engañarme.
Aun hoy tengo miedo, miedo de desear algo imposible, miedo de perder el único deseo que la vida me concedió, miedo a perderlo todo.
Alguna vez pensé en desear perder el miedo a desear, pero el solo pensar en lo que me ocurriría entonces me perturba aun mas que no desear.
Tal vez, sin desearlo, he deseado no desear jamás.
Llegar a adulto sin haber deseado sinceramente es, y en esto seré muy subjetivo, un pecado que no podemos permitirnos.
Fuente: Propia.
Tengo Algunos Capitulos más, si les guste los posteare.
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